M A R T A
Noche tras noche, día tras día desde el diagnóstico, sentada en su sofá, con el libro que estaba devorando, porque Marta, no leía, Marta devoraba las páginas, las letras, las historias que contaban los libros, no podía, no se centraba, estaba abstraída, pensativa, pensaba en Roberto.
El tiempo dilata más y más, Marta, tenía la mirada fija en aquella puerta, el sentido del oído agudizado, quería escuchar aquel tintineo característico de una llave, quizá ya demasiado tarde.
Noche tras noche se asomaba al balcón, su mirada se dirigía al cielo, la embarga un escalofrío lo adivina pero no lo acepta.
Sabe que el tiempo no da tregua, cada jornada es menos llevadera, más dolorosa. Aquel día Marta ya no lee, no puede sujetar el libro pesa demasiado, se recrea en todo lo vivido en en los viajes que le brindaron desde sus letras en sus fantásticas historias
Desde su cama, asumió su situación, era consciente, a su vida, ya no le quedaba tiempo, era realista, habían pasado más de treinta años esperando, ya no tenía fuerzas. Treinta años de espera sabiendo que era la espera de la desesperación, consciente de que esperaba nada, nadie, realista que era espera improductiva, pero esperanzada.
Su vida se apaga, lentamente, y al igual que las noches que salia al balcón la provocaban aquel escalofrío que nunca aceptó, no acepta tampoco el fin si Roberto.
La compañía que la observaba alrededor de su cama la revela la realidad del inminente suceso,
Marta hace un esfuerzo pide ayuda, se dirige de nuevo al balcón, sabe que sera la ultima vez mira al cielo, está estrellado, igual que tantos atrás, pero esta vez es diferente, en ese momento acaba el dolor decide liberarse, en ese momento, Marta lo acepta, opta por alejar el sufrimiento, después de tantos años, lo admite, asume que Roberto nunca jamás volverá
.
Marta muere y muere libre.